Tratamiento de los problemas con la imagen corporal
La adquisición de una imagen corporal unificada
Empezaremos señalando algo que, quizás por su obviedad misma, se nos escapa, la complejidad intrínseca que afecta a nuestra imagen corporal. Nuestra imagen no es sólo una imagen, como si fuera una mera representación de nosotros mismos. Además, no nos viene dada, como solemos imaginarlo, sino que la adquirimos como resultado de un proceso. Y de un proceso o una configuración que cuenta como elemento clave el intento de introducir en ella, con mayor o menor fortuna, nuestro ser.
Antiguamente, se denominó alma a lo que da vida al cuerpo. Pero importa poco como lo llamemos, siempre que nos demos cuenta del intento de reunir en una única imagen, la de nuestro cuerpo, lo que somos. Tanto lo que conocemos de nosotros mismos como nuestras más secretas pasiones. De ahí, el éxito de la metáfora tradicional del cuerpo como espejo del alma.
¿Cómo pasa el alma al cuerpo?
O, dicho en otros términos: ¿cómo se organiza nuestro ser en un cuerpo unificado?
Tenemos que retrotraernos a esos momentos fundadores de la identificación de nuestro cuerpo como sede de nuestro yo. Según cómo se resuelva ese proceso, nuestra relación con el cuerpo se verá afectada. Y no podrá no ser afectada, porque no dejará de incluir la tramitación de una pérdida de aquella parte de nuestro ser que se resiste a integrarse en la imagen.
¿A qué nos referimos? A lo que secretamente no aceptamos de nosotros mismos, llámese como se quiera. Este particular proceso incluye, entonces, la conjunción de dos vectores heterogéneos, nuestras pulsiones y el sostén de la relación con el otro (madre, padre).
El bebé no se percibe de entrada como un todo unificado diferenciado de la madre. Alcanza ese estadio tras realizar un proceso de maduración -léase separación-, que cuenta con una paradoja esencial. Por un lado, que no hay maduración sin una creciente autonomía. Por otro, que no hay autonomía sin un reconocimiento, sin la participación activa de los progenitores (o quien esté en su lugar). La autonomía precisa de esta mirada de aquel con quien el infante ha tejido su relación al mundo. Una mirada donde nos miramos, formando nuestra imagen de nosotros mismos.
Los espejos deberían pensárselo dos veces antes de devolver una imagen
Jean Cocteau
Cuando odiamos a alguien odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros
Hermann Hesse
La vida sólo es soportable cuando el cuerpo y el alma viven en perfecta armonía
D. H. Lawrence
El cuerpo es el instrumento del alma
Aristóteles
¿Qué mirada nos devuelve el espejo?
Es por este camino que la formación del yo va tropezando con los afectos propios y ajenos, sumando en su camino todas las adherencias que va encontrando. Una imagen que intenta reunir tanto lo que se ve como lo que no se ve, tanto las partes del cuerpo como las pulsiones que lo atraviesan. El cuerpo es el territorio donde nuestras pulsiones intentan ser canalizadas en una idea de sí, en una personalidad reconocida por nosotros y por los demás.
Esta complejidad en la formación de nuestra imagen como soporte de nuestro yo hace que esta percepción no pueda eliminar del todo cierta extrañeza cuando nuestro cuerpo atraviesa coyunturas difíciles. Por ejemplo, cuando se suma a los cambios acelerados en su forma la expresión de la sexualidad; y todo ello en la conjunción del encuentro con la mirada del otro, que es el vehículo de su deseo (y su contraparte, el odio).
Lo que la coyuntura despierta
Estos encuentros reavivan las «adherencias» pegadas a la propia imagen de las que hablábamos, unos afectos que ahora perturban, alterando la percepción de la imagen corporal. Vemos, en este sentido, la naturaleza oculta de un exceso insoportable que algunas anoréxicas buscan eliminar. Para ellas, ciertas curvas no pueden ser integradas en la imagen, llevan la carga de un afecto perturbador.
Por eso, toda afección posterior de nuestra imagen, además de la coyuntura particular desencadenante, va a remitir a un fondo oscuro, a las tinieblas en las que formamos nuestro yo. Y aquí distinguiremos lo que para todos no puede dejar de ser problemático, manifestándose a través de una confrontación, de una envidia o de una rivalidad, de aquello que nos bloquea la relación con los demás. Cuando esto último sucede, decimos que tenemos una crisis de identidad.
Síntomas asociados
- Percepción dismórfica de la imagen corporal
- Intervenciones en el cuerpo (cortes…)
- Angustia
- Irritabilidad
- Aislamiento social
- Fatiga
- Insomnio
- Mareos, desmayos
- Pérdida del deseo
- Anorexia
- Bulimia
- Toxicomanías
- Adicciones
¿Cómo tratar los problemas vinculados a la imagen corporal?
Cuando sentimos que dicha crisis no puede ser abordada dentro de la esfera relacional con los demás, incluso se ve así agravada, se hace aconsejable pedir ayuda. Pero, ¿cómo pedir ayuda cuando el trato con el otro se encuentra afectado? Pues bien, hay que señalar aquí que el profesional que escucha no es un otro cualquiera, está formado para recibir la fractura del ser. El trabajo que se abre es el de recomponer y pacificar el encuentro con lo que nos perturba.
Empecemos señalando la gran variedad sintomática con la que el sujeto puede presentarse. Desde las más conocidas, como la anorexia o la bulimia, siguiendo con la gran variedad de adicciones y toxicomanías, o con toda la gama de intervenciones sobre el cuerpo (cortes, moratones, estrangulamientos, etc.), para terminar con las distintas manifestaciones de extrañeza en relación al cuerpo y su imagen, que incluyen los fenómenos de despersonalización.
Antes de destacar la necesidad de una escucha particularizada, es preciso entender esta serie de problemas vinculados a la imagen corporal como un recurso para tratar aquello que desborda al sujeto. Por extremo que parezca el medio, el sujeto busca paliar o detener una amenaza de descomposición interna. Por tanto, ante la alarma inicial, se impone una prudencia, máxime teniendo en cuenta la dificultad para articular al lenguaje dicho desborde pulsional. Una cosa va con la otra: estas afecciones son reacias a la palabra y a la relación con el otro. De ahí su especial dificultad.
¿Cómo establecer el vínculo terapéutico?
Hemos empezado recordando la importancia de la constitución de la imagen del cuerpo para entender después la alteración producida en la coyuntura actual, la que ha provocado la consulta. Lo problemático que resultó del primer encuentro formador de la imagen ha encontrado una nueva relación donde el sujeto no puede sostenerse. Por eso es habitual que estalle en el encuentro con el deseo del otro, que es lo que pone en jaque el propio deseo. Se suele observar aquí una falta de filtro que le evite al sujeto una exposición directa. Entonces, una carga demasiado real de los afectos y de las posiciones sexuales impacta, provocando terror.
Pasemos ahora a la consulta, con la dificultad añadida de que no suele ser el afectado quien la demanda. Por lo general no lo hace si no es presionado por la familia. ¿Cómo tratarlo entonces?
Para decirlo de una manera resumida, no encarnando la mirada que le tortura. Cuando el paciente encuentra en el clínico la mirada de la que huye, las posibilidades de cura se reducen al mínimo. Bien al contrario, esa mirada que ya tiene el paciente dentro de sí precisa ser relativizada. Ello implica primero que sea escuchada, para que el paciente pueda ir desplegando sus malos encuentros. De ellos iremos derivando la lógica que los preside, la determinación que lo afecta. Un camino que acoge la angustia para que el paciente se atreva a dar, en adelante, respuestas menos estragantes para su ser.