Tratamiento de los miedos y las fobias
Qué son las fobias
La fobia nos brinda la oportunidad de mostrar cómo la formación de los síntomas resulta ser un efecto del trabajo del inconsciente, algo que resulta crucial para comprender el psiquismo humano.
En principio, planteamos la fobia como una construcción, un intento de simbolizar un estado de angustia que se ha instalado en la vida del sujeto. Es, por ello, un tiempo segundo que viene a dar cuenta del esfuerzo emprendido para dar forma a una amenaza innombrable. Este pasaje del miedo sin nombre a la identificación, a la elección del objeto fóbico, se convierte en el elemento organizador de su vida, porque le permite todo un despliegue imaginario sobre el alcance de la inhibición y las defensas que involucra.
La fobia inaugura entonces un laborioso periodo donde se pone en marcha el trabajo de lo simbólico para situar la emergencia de un elemento imposible. Primeramente, como animal amenazante o lugar prohibido, con el objeto de visualizar el peligro sobrevenido. Una de las formas más frecuentes es la de la devoración, un miedo a escala mítica cuya mordedura el fóbico encarnará en el perro, en el caballo, en la araña. Otras veces, la fobia se ha transformado en un lugar o en una situación, lugares cerrados, espacios abiertos. Pero lo fundamental es que se ha puesto en juego para el sujeto su lugar en el mundo y su relación con los demás.
Cuando este laborioso trabajo de simbolización tiene éxito, contribuyendo a situar al sujeto de otra manera respecto al problema real (y no imaginario) que lo acuciaba, la inhibición tiende a disolverse y el objeto fóbico se desvanece. Naturalmente, entender algo de esta operación en marcha pasa por analizar la coyuntura desencadenante.
Podemos perdonar a un niño que teme a la oscuridad. La tragedia de la vida es cuando un hombre teme a la luz
Platón
La coyuntura desencadenante de la fobia
Un pequeño apunte nos va a proporcionar una pista sobre lo sucedido. Quizás sorprenda observar cómo, algunas veces, el animal elegido o la situación elegida gozaba hasta ese momento de una relación de satisfacción. De repente, lo que hasta ese momento era querido y privilegiado se ha vuelto siniestro. En la experimentación de sus goces, el fóbico se ha encontrado de golpe con un horror que impone una renuncia.
Pensemos en cómo puede el niño o la niña representarse el papel que cumplen para él los objetos. Nos remite a su propia posición, él mismo colocado como objeto en relación al deseo de los padres. Por aquí, en esta distribución de funciones y lugares, es por donde se va a jugar el lugar que se imagine ocupar en el deseo inaugural de estos. En la medida en que sea ubicado como querido responderá en espejo como un objeto que aspira a completar al otro.
Pero el dibujo de este mítico paraíso no tardará en enseñar sus borrones. Tarde o temprano descubrirá que no es posible acomodarse exitosamente en el agujero de lo que supone le falta a sus padres (su madre, en particular). Entonces, intuirá que no puede colmarla, y este cataclismo provocará que su inicial ecuación de feliz correspondencia se tambalee.
En la medida en que el niño o niña no sea mantenido mucho tiempo en el espejismo de una relación dual, podrá iniciar su camino. Un camino que entenderá como un exilio de aquel paraíso perdido. Se entenderá aquí la importancia del papel del padre, entendido como función, para movilizar el deseo y sacarlo del espejismo de poder ser colmado por un objeto primordial. El deseo es siempre deseo de otra cosa.
Síntomas asociados
- Alteraciones cardíacas
- Alteraciones digestivas
- Alteraciones en el humor
- Preocupación y estrés
- Sensación de ahogo
Cuando las pulsiones entran en juego
Hemos visto en síntesis el desarrollo de ese juego de tres cartas donde el niño se debate por ocupar el lugar del objeto del deseo de la madre. A él hay que sumar la cuarta carta, que viene a quebrar el espejismo para enseñar la verdadera naturaleza del deseo, que no puede organizarse si no es a partir de un vacío que no puede colmarse. Por ello, el anhelo de la satisfacción quedará un tanto apartado de la realidad, para venir a poblar el territorio de nuestras fantasías.
¿Qué le ha ocurrido al futuro sujeto fóbico en esta travesía?
Ah, ésa es la pregunta del millón. Intentaremos con prudencia avanzar alguna cosa, recordando primero que lo más opuesto a la clínica es pensar un caso concreto partiendo sin más de la teoría. Esto nunca funciona. Cada sujeto es diferente y sólo a partir de ese no saber podemos acercarnos a las raíces de su sufrimiento.
Hecha esta advertencia, apuntaremos hacia la conjunción de dos problemáticas en el origen de la fobia. Por un lado, el mantenimiento de un lugar demasiado cargado de satisfacciones. Por otro, la emergencia en el cuerpo del niño de una excitabilidad que se hace eco de sus pulsiones. Estas vivencias corporales, tan atrayentes, se pueden convertir en algo amenazante cuando el niño no puede movilizar una fórmula del deseo más allá de la estrechez de la que partía. Es en esta coyuntura cuando se desencadena como alternativa la fobia, que responde entonces como la imagen del horror que nombra el goce imposible del sujeto.
Por último, añadir que las fobias sobrevenidas en adultos, o bien son reediciones, o bien de alguna forma repiten la coyuntura inicial. La dificultad actual para tratar la angustia ha hecho de la fobia un síntoma de nuestra época.